Cierro los ojos y pienso en un par de años atrás. Cierro los ojos
y puedo recordar tus ojos, esa mirada profunda, esos ojos claros mirándome como
si nada más existiese alrededor, tu guiño cómplice, tu mirada fija analizándolo
todo, penetrando hasta el fondo del alma de la gente. Cierro los ojos y veo tu
boca, casi siempre en una mueca irónica, riéndose de todo lo que te rodea. De
tus labios salían los sonidos más dulces, aunque desafinabas, pero también las
palabras más crueles, más hirientes, más sarcásticas. De un momento a otro eras
capaz de pasar de conmover el corazón más duro, de derretir las defensas de
cualquier incauto, a devastar a cualquiera que te amenazase, a cualquiera que
intentase acercarse siquiera un poco. Cierro los ojos y siento tu mano, las
uñas perfectamente cortadas, de guitarrista. Unas manos duras, casi ásperas,
pero capaces de acariciar con la mayor suavidad. Unas manos infinitas, que
envolvían a otras protegiéndolas de todo y de todos. Un apretón de manos firme,
fuerte, sincero.
Te miro y no sé qué pasa por tu cabeza, pero cierro los ojos y
todavía puedo leerte entonces, a través de tu mirada, de tus gestos, de tu
respiración, del latido de tu corazón sincronizado con el mío. Cualquiera que
mirase podía ver en ti dos personas: la alegre que reía de todo y a todos
animaba, la seria que teorizaba sobre la vida y convencía a todos con sus
increíbles hipótesis. Una persona fuerte, irrompible, intocable, de acero
inoxidable. Pero yo podía traspasar ese primer disfraz, leer directamente en tu
alma. No había dos personas en ti, había infinitas. Estaba el chico alegre que
reía a carcajadas, sin preocupaciones. Estaba el que defendía apasionado una
idea, haciendo de esas idea el principio más importante del mundo. Pero también
estaba el chico que se rompía, cuando pensaba que nadie más le veía, llorando
en unas escaleras, llegando a un portal, quién sabe si alguna vez a solas en su
habitación. Estaba el chico que sonreía convencido, intentando mostrar una
fuerza de la que en realidad en ese momento carecía, desafiando al mundo con
una sonrisa mientras por dentro se deshacía en pedazos. El que se repetía una y
otra vez una mentira para intentar creérsela. El que iba acumulando la rabia de
mil injusticias en su interior, dejándolas pasar poniendo buena cara, hasta que
un día ya no podía más y explotaba, intentando que nadie lo notase, descargando
esa ira sobre cualquier cosa menos la que lo había producido. Estaba el chico
bondadoso que era capaz de dar hasta su último suspiro por alguien, pero
también el orgulloso, el que de repente se cerraba en banda y no dejaba pasar
ni una. El condescendiente, sonriendo a los errores de los demás sin darles
importancia, pero también el que perdía de repente la cabeza y decidía mostrar
su desprecio ante la mínima falta. El chico justo, leal, fiel hasta la muerte,
pero al que habían fallado y decepcionado tantas veces, que su corazón se fue
endureciendo, y un día decidió que era mejor no confiar en nadie, ser siempre el
que ataca primero, para no salir nunca herido. Cierro los ojos y sé que sólo
con mirarte, sólo escuchando tu voz, era capaz de saber qué pensabas, cómo te
sentías, qué necesitabas.
Y un día todo cambió. Resultó que nada de eso era suficiente. De
entre todos tus caminos, entre todas tus enredadas normas, en algún sitio debí
de salirme, o algo muy grave debí de hacer completamente al revés. Tuve que
fallarte en algo realmente fundamental, porque lo cierto es que de repente te
volviste furioso contra mí, como esos animales heridos que ciegos de dolor
corren hacia delante, destrozando todo a su paso, sin pararse a ver las
consecuencias, queriendo sólo hacer mucho daño. Cada vez que me acercaba había
un muro contra el que me chocaba, cada vez que hablaba una palabra hiriente,
ofensiva, directa a donde más dolía.. Y conociéndome tan bien, no era difícil
dar en el blanco. Conociéndome tan bien comprendías todas mis debilidades, mis
faltas, y sacabas provecho de ello, ridiculizando mi dolor, riéndote de mi
pena, despreciando lo que más quería, mostrándome lo poco que yo merecía. Me
hiciste creer que todo lo malo que pasaba era por mi culpa, si las cosas no
andaban bien era porque yo lo había fastidiado todo. Y debía estar pendiente de
cada palabra y cada gesto tuyo, complacerlos, y buscar en mi memoria el momento
en el que lo hice todo mal. Empezamos a jugar a un juego de tira y afloja donde
intentabas hacerme el mayor daño posible hasta hacerme huir, y en cuanto huía
venías corriendo a curar mis heridas, haciéndome volver. Y de nuevo a volver a
empezar.
Tuve que construirme una coraza en la que todos tus golpes
resbalasen, y aún así esa coraza se desgastaba. Tuve que obligarme a cerrar los
ojos, los oídos y hasta los sentimientos. Tuve que olvidarme de las promesas,
tuve que ponerme firme, cerrar los puños, y dejar que todas las culpas que me
escupías me resbalasen, pero sin calar nunca dentro. Tuve que aceptar que se
había acabado el tiempo en el que alguien iba a acabar mis problemas sólo con
una sonrisa, el tiempo en el que una sola canción podía traer el arco iris, el
mundo feliz y seguro donde alguien iba a dejar todo lo malo apartado de mí. Me
tuve que levantar, trastabillar y volverme a caer, tuve que sacar fuerzas de
donde ya no me quedaban para hacer las cosas por mí misma, para hacer de mí una
buena compañía, para encontrar sola mi camino.
Para que cada mirada tuya no me deshiciese, tuve que desdibujarte,
olvidarme poco a poco de cada recuerdo, de cómo eras. Tuve que ir
desconociéndote poco a poco. Y a veces pienso que al irte desconociendo hay una
parte de ti que también ha desaparecido, que ha desaparecido junto con los
recuerdos que he ido borrando.
Lo cierto es que pasado el tiempo resulta que todo es mejor así,
que ya no lo necesito, que no echo de menos. Sin embargo a veces todavía me
sorprendo mirándote y queriendo leerte detrás de la muralla que sigues
colocando. Pero mi propia coraza me impide ahora traspasarla… Ahora te miro y
no te reconozco, eres un extraño al que tengo la sensación de haber conocido
antes, en algún sitio… eres simplemente alguien a quien solía conocer…