martes, 6 de noviembre de 2012

Loving strangers


     Desde hace tiempo pensaba que estaba envuelta en tinieblas, que todo a mi alrededor estaba oscuro y no había remedio posible. Y de repente llegas tú, como un rayo de luz, y ese destello repentino muestra ante mis ojos, por un instante, todo lo que la oscuridad ocultaba: la alegría de sentirse feliz sin saber bien por qué, la brisa en la cara, cerrar los ojos y dejar que el sol caliente mi rostro, la sensación de una mano sujetando la mía, el placer de dejarse llevar, compartir el sabor del pan de tus labios, el estremecimiento que produce una caricia tuya sobre mi espalda.

     Desde hace tiempo todo a mi alrededor eran tinieblas, y al llegar tú hiciste que me diera cuenta que era mentira eso de que había caído en un pozo sin fondo: simplemente alguien había apagado la luz y no había sabido darme cuenta de que sólo necesitaba un poco de tiempo para acostumbrarme a ese nuevo estado, para darme cuenta que tras la ceguera de esa oscuridad, de esa nada, las formas poco a poco empezarían a vislumbrarse, primero como débiles siluetas, más tarde como figuras más tangibles.

     Desde hace tiempo pensaba que no había ante mí sino oscuridad y vacío,  pero llegaste con tu alegría, tu frente ancha y tu mirada llena de franqueza, y rompiendo mis barreras, mis miedos, mi ceguera, con un destello lo iluminaste todo: volvieron los colores, los sueños, la tibieza de las cosas.

     Quizás no seas más que un caminante pasajero, un extraño con el que me cruzo en mitad de la noche, como aquel con quien cruzamos miradas en un tren que pasa fugaz pero con el que nunca nos paramos a hablar. Quizás tu destino no sea cogerme de la mano y acompañarme el resto del camino, quizás sólo sea un trayecto fugaz. Quizás desde la primera vez que nos miramos ya sabíamos que era un juego de encuentros y desencuentros, que los primeros besos serían también los de la despedida.

     Quizás nuestros caminos no vuelvan a cruzarse, y quizás sueñe despierta contigo una de estas madrugadas, o quizás alguna fría noche te preguntes que estaré haciendo ahora, si todavía te recuerdo. Quizás… Pero lo que sí es seguro es que ahora la oscuridad empieza a desvanecerse, se empiezan a apreciar formas, puedo vislumbrar ya los colores. Quizás nuestro recorrido juntos haya concluido, pero sé que siempre recordaré al ese caminante pasajero, ese extraño en mitad de la noche, que un día, de la mano, me arrastró de la mano fuera del agujero, de la oscuridad donde había caído.

martes, 22 de mayo de 2012

Now you are just somebody that I used to know...






And I don't even need your love
                                               But you treat me like a stranger
And that feels so rough


You had me believing it was always something that I'd done
                                              But I don't wanna live that way
Reading into every word you say


I guess that I don't need that though
                                     Now you're just somebody that I used to know...








       A veces te miro y no sé muy bien quién eres.

     Cierro los ojos y pienso en un par de años atrás. Cierro los ojos y puedo recordar tus ojos, esa mirada profunda, esos ojos claros mirándome como si nada más existiese alrededor, tu guiño cómplice, tu mirada fija analizándolo todo, penetrando hasta el fondo del alma de la gente. Cierro los ojos y veo tu boca, casi siempre en una mueca irónica, riéndose de todo lo que te rodea. De tus labios salían los sonidos más dulces, aunque desafinabas, pero también las palabras más crueles, más hirientes, más sarcásticas. De un momento a otro eras capaz de pasar de conmover el corazón más duro, de derretir las defensas de cualquier incauto, a devastar a cualquiera que te amenazase, a cualquiera que intentase acercarse siquiera un poco. Cierro los ojos y siento tu mano, las uñas perfectamente cortadas, de guitarrista. Unas manos duras, casi ásperas, pero capaces de acariciar con la mayor suavidad. Unas manos infinitas, que envolvían a otras protegiéndolas de todo y de todos. Un apretón de manos firme, fuerte, sincero.

      Te miro y no sé qué pasa por tu cabeza, pero cierro los ojos y todavía puedo leerte entonces, a través de tu mirada, de tus gestos, de tu respiración, del latido de tu corazón sincronizado con el mío. Cualquiera que mirase podía ver en ti dos personas: la alegre que reía de todo y a todos animaba, la seria que teorizaba sobre la vida y convencía a todos con sus increíbles hipótesis. Una persona fuerte, irrompible, intocable, de acero inoxidable. Pero yo podía traspasar ese primer disfraz, leer directamente en tu alma. No había dos personas en ti, había infinitas. Estaba el chico alegre que reía a carcajadas, sin preocupaciones. Estaba el que defendía apasionado una idea, haciendo de esas idea el principio más importante del mundo. Pero también estaba el chico que se rompía, cuando pensaba que nadie más le veía, llorando en unas escaleras, llegando a un portal, quién sabe si alguna vez a solas en su habitación. Estaba el chico que sonreía convencido, intentando mostrar una fuerza de la que en realidad en ese momento carecía, desafiando al mundo con una sonrisa mientras por dentro se deshacía en pedazos. El que se repetía una y otra vez una mentira para intentar creérsela. El que iba acumulando la rabia de mil injusticias en su interior, dejándolas pasar poniendo buena cara, hasta que un día ya no podía más y explotaba, intentando que nadie lo notase, descargando esa ira sobre cualquier cosa menos la que lo había producido. Estaba el chico bondadoso que era capaz de dar hasta su último suspiro por alguien, pero también el orgulloso, el que de repente se cerraba en banda y no dejaba pasar ni una. El condescendiente, sonriendo a los errores de los demás sin darles importancia, pero también el que perdía de repente la cabeza y decidía mostrar su desprecio ante la mínima falta. El chico justo, leal, fiel hasta la muerte, pero al que habían fallado y decepcionado tantas veces, que su corazón se fue endureciendo, y un día decidió que era mejor no confiar en nadie, ser siempre el que ataca primero, para no salir nunca herido. Cierro los ojos y sé que sólo con mirarte, sólo escuchando tu voz, era capaz de saber qué pensabas, cómo te sentías, qué necesitabas.

      Y un día todo cambió. Resultó que nada de eso era suficiente. De entre todos tus caminos, entre todas tus enredadas normas, en algún sitio debí de salirme, o algo muy grave debí de hacer completamente al revés. Tuve que fallarte en algo realmente fundamental, porque lo cierto es que de repente te volviste furioso contra mí, como esos animales heridos que ciegos de dolor corren hacia delante, destrozando todo a su paso, sin pararse a ver las consecuencias, queriendo sólo hacer mucho daño. Cada vez que me acercaba había un muro contra el que me chocaba, cada vez que hablaba una palabra hiriente, ofensiva, directa a donde más dolía.. Y conociéndome tan bien, no era difícil dar en el blanco. Conociéndome tan bien comprendías todas mis debilidades, mis faltas, y sacabas provecho de ello, ridiculizando mi dolor, riéndote de mi pena, despreciando lo que más quería, mostrándome lo poco que yo merecía. Me hiciste creer que todo lo malo que pasaba era por mi culpa, si las cosas no andaban bien era porque yo lo había fastidiado todo. Y debía estar pendiente de cada palabra y cada gesto tuyo, complacerlos, y buscar en mi memoria el momento en el que lo hice todo mal. Empezamos a jugar a un juego de tira y afloja donde intentabas hacerme el mayor daño posible hasta hacerme huir, y en cuanto huía venías corriendo a curar mis heridas, haciéndome volver. Y de nuevo a volver a empezar.

       Tuve que construirme una coraza en la que todos tus golpes resbalasen, y aún así esa coraza se desgastaba. Tuve que obligarme a cerrar los ojos, los oídos y hasta los sentimientos. Tuve que olvidarme de las promesas, tuve que ponerme firme, cerrar los puños, y dejar que todas las culpas que me escupías me resbalasen, pero sin calar nunca dentro. Tuve que aceptar que se había acabado el tiempo en el que alguien iba a acabar mis problemas sólo con una sonrisa, el tiempo en el que una sola canción podía traer el arco iris, el mundo feliz y seguro donde alguien iba a dejar todo lo malo apartado de mí. Me tuve que levantar, trastabillar y volverme a caer, tuve que sacar fuerzas de donde ya no me quedaban para hacer las cosas por mí misma, para hacer de mí una buena compañía, para encontrar sola mi camino.

    Para que cada mirada tuya no me deshiciese, tuve que desdibujarte, olvidarme poco a poco de cada recuerdo, de cómo eras. Tuve que ir desconociéndote poco a poco. Y a veces pienso que al irte desconociendo hay una parte de ti que también ha desaparecido, que ha desaparecido junto con los recuerdos que he ido borrando.

      Lo cierto es que pasado el tiempo resulta que todo es mejor así, que ya no lo necesito, que no echo de menos. Sin embargo a veces todavía me sorprendo mirándote y queriendo leerte detrás de la muralla que sigues colocando. Pero mi propia coraza me impide ahora traspasarla… Ahora te miro y no te reconozco, eres un extraño al que tengo la sensación de haber conocido antes, en algún sitio… eres simplemente alguien a quien solía conocer…

domingo, 6 de mayo de 2012

El virus del miedo


   BUM! La onda expansiva le pilló desprevenido, y todo a su alrededor empezó a tambalearse siguiendo un efecto circular perfecto, como cuando una gota cae sobre la fría superficie de un lago. BUM! Y la ola empezó a arrasarlo todo, sus defensas, las murallas, el malecón de su puerto. El viento huracanado lo levantó bruscamente del suelo, volándole también las ideas, sintió que ya no tocaba tierra y que perdía el equilibro, sus pies no estaban ya sobre algo firme. BUM! Y el fuego le recorrió por dentro, quemándole los pulmones, cortándole de golpe la respiración, consumiéndole lento.

   BUM! Parpadeando, confuso y desorientado, miró esos ojos negros, intentando fijar la mirada, intentando descifrar las imágenes con que le bombardeaban. En un instante se vio caer a un pozo profundo, con sus manos y sus pies rodeados de grilletes, intentando escalar la pared hacia el diminuto punto de luz que atisbaba arriba. Pero cada vez que subía uno o dos metros, sus manos resbalaban en la fría piedra. Intentaba gritar pidiendo auxilio, pero cada vez que abría la boca de su garganta no salía más que un imperceptible gemido. Y un chorro de agua iba cayendo, llegando lentamente al cuello, ahogándole, haciéndole tragar agua.

Intentaba correr, pero cada vez que levantaba una pierna ésta pesaba más y más, como si estuviese hecha de plomo. Cuanto más rápido quería correr, más rezagado se iba quedando. Algo le perseguía, no sabía qué, no lo veía, pero podía sentir su aliento en la nuca. Y sus piernas no le respondían, cada vez iba perdiendo más velocidad, y desesperado se tiraba al suelo hincando los nudillos, las uñas, en la tierra del suelo, arrancando trozos de hierba, intentando impulsarse hacia delante.

   BUM! Esos ojos negros otra vez, ese torbellino de ideas. Esta vez una suave brisa le revolvía los cabellos. El sonido de las olas le mecía, y un sol brillante lucía en lo más alto del cielo. La arena fina de una playa se escapaba entre los dedos de sus pies. Con los ojos cerrados, sintiendo cómo el calor le iba llenando por dentro, oía las hojas de las palmeras moviéndose al son del viento.
En una pradera corría descalzo, y de improviso los ojos negros, otra vez, se acercaban corriendo a él, y riendo le empujaban hacia el suelo, rodando cuesta abajo, enredándose, rebozándose con la hierba húmeda, desafiando toda lógica de gravedad, volando muy alto. Con los brazos extendidos podía sentir el viento en la cara, sentía la vida correr por sus entrañas, una extraña alegría le inundaba el pecho.

   BUM! Otra vez esa onda expansiva, precipitándole rápidamente hacia el suelo, condenándole a estrellarse, si no hacía algo de inmediato. Suspendido un momento en el aire vio dos caminos: sabía que uno le llevaría a un lugar oscuro, a una fría mazmorra con grilletes de donde no podría escapar; el otro sin embargo prometía libertad, luz, calor, volar, felicidad. Pero no sabía cuál era cuál. Ante él los ojos negros, otra vez, sonreían y le hacían señas para que le siguiese.
BUM! El miedo volvió a invadirle, como una enfermedad que lentamente se adueña de todo el cuerpo, dejándole casi sin respirar, inmovilizándole entero. Muerto de miedo miraba esos ojos negros: ¿debería confiar en ellos, dejarse guiar ciegamente, poniendo en sus manos la vida?
BUM! Caída libre, salto sin cuerda, el aturdimiento de verse sacudido de un lado para el otro, precipitarse hacia algún sitio, cada vez más rápido.


SILENCIO… Volviendo a la realidad, esos ojos negros, fijos en sus propios ojos… Y él aturdido:
- ¿Perdona, qué has dicho?
Una sonrisa, un cálido aliento:
- Que te quiero.

sábado, 5 de mayo de 2012

"Lo que nunca me enseñaste"



Una vez me escribiste una canción
Construyéndome un país imaginario,
Decías que tus sueños,
Que luego me contabas,
Allí se hicieron realidad.

Me enseñaste de nuevo a confiar,
De la mano y cerrándome los ojos,
Me hiciste comprender:
Contigo es suficiente,
A tu lado, no hay prisa o mala suerte.

Qué hacer cuando me miras,
Y luego me sonríes,
El mundo se paró.
Y te vas y te olvidas,
Dejándome sin nada,
Sólo desolación.

Qué hacer si tus promesas
Se clavan como agujas,
Y yo sin un dedal.
Qué hacer si sólo ríes,
Te burlas de mi angustia,
Me empujas sin razón.

Con tus juegos de palabras aprendí
A colocar libros en estanterías,
Reírme de mí misma,
No dar nada por cierto,
Y jamás un secreto desvelar.

A salvar la distancia en tu portal,
Mirar las estrellas en el parque.
Luego encontrar un mar
Perdido en una plaza,
Y en una apuesta invitas a cenar.

Qué hacer cuando me miras,
Y luego me sonríes,
El mundo se paró.
Y te vas y te olvidas,
Dejándome sin nada,
Sólo desolación.

Qué hacer si tus promesas
Se clavan como agujas,
Y yo sin un dedal.
Qué hacer si sólo ríes,
Te burlas de mi angustia,
Me empujas sin razón

Con una canción me prometiste
Esfumar mi tristeza en un instante,
Y aunque estuvieras lejos,
Sus notas traen tu aliento
De un lugar más allá del arcoíris.

De tantas cosas que me enseñaste
Te dejaste la mitad por el camino,
Y ahora que te has ido
Me pierdo sin remedio,
Cuéntame por qué no me explicaste:

Qué hacer cuando me miras,
Y luego me sonríes,
El mundo se paró.
Y te vas y te olvidas,
Dejándome sin nada,
Sólo desolación.

Qué hacer si tus promesas
Se clavan como agujas,
Y yo sin un dedal.
Qué hacer si sólo ríes,
Te burlas de mi angustia,
Me empujas sin razón.